Preámbulo


La ciencia tiene más que decir sobre cómo gobernar un país de lo que solemos pensar. Desarrollar un sistema productivo regido por la innovación y el conocimiento, capaz de atraer talento e inversión extranjeros, y de competir en una economía global regida por la transformación tecnológica y la sostenibilidad medioambiental es uno de los retos que marcarán nuestro futuro. De hecho, una de las preguntas que se respondieron en este Diálogo es si, realmente, un país como el nuestro puede continuar progresando a buen ritmo sin convertirse en una potencia en ciencia e innovación. Las barreras que debemos superar para avanzar en esta dirección centraron la conversación. Se habló de la necesidad de reducir las trabas burocráticas, de apostar de forma decidida por el fomento de las vocaciones científicas y tecnológicas, de aumentar los recursos destinados a I+D y de incrementar el impacto económico y social de las innovaciones científicas.


La innovación es un elemento central en la estrategia de desarrollo de los países. Esta es definida como un proceso dinámico de interacción que une agentes que trabajan guiados por incentivos de mercado (como las empresas) y otras instituciones (como los centros públicos de investigación y las instituciones académicas) que actúan de acuerdo a estrategias y reglas que responden a otros mecanismos y esquemas de incentivos.


Un aspecto central relacionado con la innovación es la cooperación entre diversos agentes, públicos y privados, por lo que la dimensión sistémica de la innovación es central en las modernas teorías del aprendizaje tecnológico. Los vínculos sistemáticos y la interacción entre actores, así como la infraestructura económica e institucional que cada país es capaz de desarrollar, determinan su habilidad para capturar el impulso que el conocimiento da a la producción y la hace entrar en un círculo virtuoso de crecimiento e inclusión.